18/07/2014

Formación de profesionales del Derecho: ¿qué estamos haciendo (comparativamente) mal? (Autorecensión)

Comparación crítica entre el sistema inglés de formación de juristas y el nuestro.


Con "La_formación de profesionales del Derecho en el Reino Unido un análisis comparativo" , acabo de cumplir mi deuda, demasiado antigua, con la Revista Jurídica de les Illes Balears, una de esas esforzadas y voluntariosas publicaciones que, por el afán de servir a una pequeña comunidad territorial de profesionales y académicos,  tiene que competir, en condiciones casi desleales, con aquellas que disfrutan de consagrado "impacto" académico.

El contenido del artículo, según su propio resumen es el siguiente:
Desarrollos tecnológicos (fundamentalmente, Internet), crisis económica y políticas de liberalización de los servicios profesionales catalizan una metamorfosis de las profesiones jurídicas que es especialmente visible en el Reino Unido y no puede dejar de afectar al modo en que estos profesionales se forman. El propósito del artículo es el de examinar, en comparación con lo que ocurre en este país, si en España existen procedimientos, hábitos y puntos de encuentro entre prácticos y académicos que faciliten el necesario aggiornamento; la conclusión es, a la vista de cómo ha evolucionado la regulación y la práctica de la formación de profesionales del Derecho en España, pesimista.
 Mi pesimismo tiene muchos motivos, que explico con detalle comparativo en el artículo:
  1. En España la formación de profesionales no es materia considerada generalmente digna de estudio académico. (Saludo con satisfacción la  reciente publicación, ya a "imprenta cerrada", del estudio "El abogado del siglo XXI", realizado por las profesoras Sandra Enzler y Eugenia Navarro).
  2. Como han demostrado todos los vaivenes que han sufrido la regulación de la adaptación de la universidad al espacio europeo de educación superior y la del acceso a las profesiones de abogado y procurador, hemos sido incapaces de preparar las decisiones con un previo debate serio y transparente.
  3. La formación de profesionales no se ve como una responsabilidad compartida de universidades y colegios o cuerpos profesionales; antes que solidaridad o mancomunidad, hemos optado por la más fácil "parciariedad": "hasta aquí, es tuyo; desde aquí, para ti".
  4. Carecemos de unos contenidos básicos (he dicho "básicos"...) y comunes a todos los grados de Derecho; en su lugar, hemos preferido una "jibarización" de las antiguas asignaturas, que puede convertirse en una "microjibarización" si los grados, en algún momento, se reducen a 3 años.
  5. Los sistemas de acceso a las profesiones -desde la abogacía a los distintos cuerpos funcionariales- están más orientados a la selección que a la formación.
  6. Nuestro modelo educativo "enciclopédico" nos sigue llevando, por mucho Bolonia que digamos, a seguir dando muchísima más importancia a los contenidos que a las competencias, en todos los niveles formativos. Como padecemos una llamativa incapacidad para tomar decisiones selectivas -es decir, para "quitar"-, nos hemos limitado a sumar a "lo de antes", "lo de ahora", sometiendo a los estudiantes a una estresante descarga de clases, trabajos y exámenes.
  7. En el acceso a la abogacía y la procura, la realización de un examen centralizado al término del posgrado -y más tal como ha quedado este tras el RD 150/2014 y la Orden PRE/404/2014- genera un elevado riesgo de que los másteres profesionalizantes se vean afectado por lo que los pedagogos denominan "teaching for the test", es decir, se conviertan en academias de preparación del examen.
Bueno, no todo lo hacemos mal. Es buena decisión, por ejemplo, la de introducir las prácticas externas dentro del máster y no, como en el Reino Unido, a modo de una etapa independiente que condena a los estudiantes que han realizado ya el costoso curso de preparación a buscar desesperadamente, en un mercado cada vez más mermado, un despacho donde realizar las prácticas obligatorias. Y, quizás por "continental-centrismo", creo que también es una suerte que dispongamos de un sistema de calificaciones decimal, en lugar del anglosajón, tan peculiar siempre en cuestiones de unidades de medida.

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